- Unido
- Jun 9, 2020
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Muy buenas a todos, bros, y muchas gracias por la amable invitación al foro. Es una muy buena iniciativa dada la inexistencia hasta ahora de cualquier tipo de foro de discusión de contenido blackpill en español, y espero que crezca mucho. Voy a postear un post que escribí en el blog Blackpill 101, que puede ser de interés y tendré en cuenta comentarios, críticas y sugerencias. Aquí va:
He estado leyendo un artículo bastante interesante del biólogo evolucionista David Barash acerca de los incels, y vale la pena comentarlo aquí por las implicaciones que tiene para la blackpill científica. Como sugiere Barash, una de las claves para comprender el fenómeno del celibato involuntario es la presencia de la poliginia, esto es, la tendencia sociobiológica de que un macho tiene sexo con varias hembras y las acapara, a expensas del resto de sus competidores masculinos. La poliginia es bastante común entre los mamíferos y nuestra especie, Homo sapiens, no ha sido una excepción. De hecho, se calcula que más del 80% de las sociedades humanas eran poligínicas hasta el auge relativamente reciente (para la escala temporal evolucionista) de la monogamia al estilo occidental.
En buena medida, la poliginia viene derivada de la asimetría sexual que existe por la producción diferencial de gametos. Por un lado, un macho puede fecundar potencialmente a innumerables hembras, y por otro, la reproducción para las hembras es costosa en términos de gestación, recursos, y un número muy limitado de óvulos y período fértil, por lo que tienden a seleccionar por naturaleza a machos con unos rasgos específicos que redunden, en teoría, en la supervivencia de su prole.
Barash indica que en los mamíferos podemos encontrar casos radicales de poliginia, como ocurre en los elefantes marinos o mirounga. Un enorme macho dominante de estas criaturas puede llegar a tener un harén de unas 30 hembras, lo que significa, por supuesto, que 29 machos se quedan sin sexo. Además, se ha observado que tales miroungas “incels” acaban desarrollando a su vez una conducta más violenta contra otros machos competidores. En el caso de los ciervos rojos de la isla de Rum, Escocia, pasa algo similar. Aquellos machos con una cornamenta de tamaño o dureza por debajo de la media lo tienen más difícil en términos reproductivos. Mientras los ciervos con “malos genes” y poco éxito ni siquiera se reproducen, los ciervos con grandes y fuertes cornamentas que suelen ganar peleas pueden procrear hasta 30 descendientes. La competición entre machos, asimismo, es brutal, sangrienta y constante.
A un nivel menos extremo que los elefantes marinos o los ciervos, los humanos no dejamos de ser animales, primates, y debajo de nuestra pátina cultural las cosas no son tan distintas. Los seres humanos presentamos también cierto nivel de dimorfismo sexual: hombres y mujeres mostramos notables diferencias físicas y psicológicas. Los hombres poseemos una mayor altura, masa muscular y peso que las mujeres entre un 10-20% de media, lo cual es consistente con la tesis de la competición entre machos, al igual que se da en otras especies de mamíferos. Otro detalle importante es que hay en los humanos machos una mayor variabilidad de rasgos, algo que se ha descubierto entre los chimpancés machos también. Esto tiene sentido al ser los machos el sexo “sometido a selección sexual” por las hembras, los machos a ojos de la naturaleza son el sexo más prescindible, más barato en cuestión de coste reproductivo. Es más, Barash dice con acierto que las mujeres “incel” son algo extraordinariamente poco frecuente, casi inexistente, pues si bien existen condiciones biológicas claras de que habrá hombres con menos sexo que otros, cualquier mujer en cambio puede tener sexo y pasar sus genes si lo desea. En palabras de Barash, para tener éxito seguro en ese ámbito “es mejor ser mujer o un hombre gay. De cualquier manera, es probable que encuentres potenciales parejas mientras experimentas una competencia masculina menos excluyente”.
En otro artículo, Barash argumenta cómo la introducción de la monogamia fue una mejora, especialmente para los hombres poco atractivos o de bajo estatus, que serían excluidos en un entorno poligínico. A pesar de que la monogamia requiere un durísimo “reforzamiento social” para funcionar relativamente, ya que va contra la tendencia psicológica de los hombres a intentar dejar el mayor número de hijos con la mayor cantidad de mujeres, y contra el instinto hipergámico femenino, lo cierto es que ayuda a mantener una sociedad más estable y pacífica, a atenuar la competición intrasexual entre hombres y a generar un ambiente adecuado para el cuidado de los niños. Por supuesto, todo esto va referido al llamado “matrimonio tradicional”, que lleva ya un tiempo en vías de extinción en los países occidentales. Por tanto, no es de extrañar que, retiradas la barreras de la monogamia, la poliginia vuelva a florecer en la práctica, como en tiempos remotos. Y tampoco nos debe sorprender que el número de incels y de todos aquellos hombres que además quieren “salirse” de la competición intrasexual no deje de aumentar con los años. Con la ciencia, la blackpill, por lo menos es posible arrojar luz sobre todo esto, sus causas y consecuencias. Conocer los trucos de la naturaleza y de nuestros genes egoístas es vital para reducir el sufrimiento.
He estado leyendo un artículo bastante interesante del biólogo evolucionista David Barash acerca de los incels, y vale la pena comentarlo aquí por las implicaciones que tiene para la blackpill científica. Como sugiere Barash, una de las claves para comprender el fenómeno del celibato involuntario es la presencia de la poliginia, esto es, la tendencia sociobiológica de que un macho tiene sexo con varias hembras y las acapara, a expensas del resto de sus competidores masculinos. La poliginia es bastante común entre los mamíferos y nuestra especie, Homo sapiens, no ha sido una excepción. De hecho, se calcula que más del 80% de las sociedades humanas eran poligínicas hasta el auge relativamente reciente (para la escala temporal evolucionista) de la monogamia al estilo occidental.
En buena medida, la poliginia viene derivada de la asimetría sexual que existe por la producción diferencial de gametos. Por un lado, un macho puede fecundar potencialmente a innumerables hembras, y por otro, la reproducción para las hembras es costosa en términos de gestación, recursos, y un número muy limitado de óvulos y período fértil, por lo que tienden a seleccionar por naturaleza a machos con unos rasgos específicos que redunden, en teoría, en la supervivencia de su prole.

Barash indica que en los mamíferos podemos encontrar casos radicales de poliginia, como ocurre en los elefantes marinos o mirounga. Un enorme macho dominante de estas criaturas puede llegar a tener un harén de unas 30 hembras, lo que significa, por supuesto, que 29 machos se quedan sin sexo. Además, se ha observado que tales miroungas “incels” acaban desarrollando a su vez una conducta más violenta contra otros machos competidores. En el caso de los ciervos rojos de la isla de Rum, Escocia, pasa algo similar. Aquellos machos con una cornamenta de tamaño o dureza por debajo de la media lo tienen más difícil en términos reproductivos. Mientras los ciervos con “malos genes” y poco éxito ni siquiera se reproducen, los ciervos con grandes y fuertes cornamentas que suelen ganar peleas pueden procrear hasta 30 descendientes. La competición entre machos, asimismo, es brutal, sangrienta y constante.

A un nivel menos extremo que los elefantes marinos o los ciervos, los humanos no dejamos de ser animales, primates, y debajo de nuestra pátina cultural las cosas no son tan distintas. Los seres humanos presentamos también cierto nivel de dimorfismo sexual: hombres y mujeres mostramos notables diferencias físicas y psicológicas. Los hombres poseemos una mayor altura, masa muscular y peso que las mujeres entre un 10-20% de media, lo cual es consistente con la tesis de la competición entre machos, al igual que se da en otras especies de mamíferos. Otro detalle importante es que hay en los humanos machos una mayor variabilidad de rasgos, algo que se ha descubierto entre los chimpancés machos también. Esto tiene sentido al ser los machos el sexo “sometido a selección sexual” por las hembras, los machos a ojos de la naturaleza son el sexo más prescindible, más barato en cuestión de coste reproductivo. Es más, Barash dice con acierto que las mujeres “incel” son algo extraordinariamente poco frecuente, casi inexistente, pues si bien existen condiciones biológicas claras de que habrá hombres con menos sexo que otros, cualquier mujer en cambio puede tener sexo y pasar sus genes si lo desea. En palabras de Barash, para tener éxito seguro en ese ámbito “es mejor ser mujer o un hombre gay. De cualquier manera, es probable que encuentres potenciales parejas mientras experimentas una competencia masculina menos excluyente”.
En otro artículo, Barash argumenta cómo la introducción de la monogamia fue una mejora, especialmente para los hombres poco atractivos o de bajo estatus, que serían excluidos en un entorno poligínico. A pesar de que la monogamia requiere un durísimo “reforzamiento social” para funcionar relativamente, ya que va contra la tendencia psicológica de los hombres a intentar dejar el mayor número de hijos con la mayor cantidad de mujeres, y contra el instinto hipergámico femenino, lo cierto es que ayuda a mantener una sociedad más estable y pacífica, a atenuar la competición intrasexual entre hombres y a generar un ambiente adecuado para el cuidado de los niños. Por supuesto, todo esto va referido al llamado “matrimonio tradicional”, que lleva ya un tiempo en vías de extinción en los países occidentales. Por tanto, no es de extrañar que, retiradas la barreras de la monogamia, la poliginia vuelva a florecer en la práctica, como en tiempos remotos. Y tampoco nos debe sorprender que el número de incels y de todos aquellos hombres que además quieren “salirse” de la competición intrasexual no deje de aumentar con los años. Con la ciencia, la blackpill, por lo menos es posible arrojar luz sobre todo esto, sus causas y consecuencias. Conocer los trucos de la naturaleza y de nuestros genes egoístas es vital para reducir el sufrimiento.
